La asertividad es sana. Afírmala con los derechos asertivos

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En mi experiencia, también en la mía personal, encuentro que debido a muchas razones diversas, aunque normalmente relacionada con mensajes recibidos en la infancia sobre la necesidad y la obligación de compartir, nos cuesta muchas ocasiones exigir lo nuestro y hay muchas personas, entre las que me encuentro, que afirman con mayor facilidad lo que le corresponde a otros que lo propio. ¿Te encuentras entre esas personas?

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La emoción crea nuestros lazos y así dibuja nuestro mundo personal

las 4 dimensiones de la emocion

Quizá estamos más acostumbrados al aspecto evaluativo de la emoción. En la gestión emocional lo que interesa es la información que nos aporta, la evaluación que hace de la situación de una persona. De ese modo el miedo informa de que existe un peligro del tipo que sea, mientras que el enfado o la rabia nos informa de un obstáculo en nuestro camino o de que nos han arrebatado algo, o de que alguien está pisando nuestro terreno personal.

Pero la emoción no es solo información o valoración de la situación, la emoción tiene una dimensión vínculativa. Debido a la emoción nos sentimos vinculados o rechazamos (nos caen mal) personas o cosas o situaciones, todo aquello que vivimos.

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Estamos donde está nuestra atención

He escrito una entrada en mi blog de Antropología Emocional sobre cómo funciona la atención que recomiendo como introducción a esta, que quiero sea mucho más práctica.

Para ello comienzo por el título: estamos donde está nuestra atención, nos encontramos presentes allí donde esté nuestra atención. Donde no hay atención, no hay presencia. Esto es algo muy obvio. Si un niño está distraído en clase y lo observamos le vamos a decir: «Fulanito, vuelve aquí con todos!».  Mi madre me decía: «estás en Belén con los pastores», con ello me quería decir que no estaba allí presente, que mi atención se había ido detrás de mi imaginación, en mundos despegados de la tierra.4555685_s

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Empoderamiento

Resumen: El empoderamiento es el poder de la persona que habla desde el centro que es ella misma. Sin empoderamiento se pierde el centro personal como sujeto (no existe otro centro posible para la persona) y con ello el contacto con la propia sensibilidad: sensaciones, emociones y sentimientos. El proceso de coaching emocional se podría definir en términos de empoderamiento tanto con adultos, como el coaching con niños y adolescentes.

El empoderamiento significa hablar desde el yo quiero, también desde lo que me gusta, lo 14786895_sque significa tanto como manifestar que se posee la propia vida. Habla desde la propia vida confiere mucho poder a la persona. El proceso de coaching emocional se podría definir como un proceso de empoderamiento. Este es el prisma que quiero utilizar en esta entrada.

De vez en cuando nos encontramos personas que hablan desde un descentramiento del sujeto, hablan básicamente desde otros y su lenguaje suena como una renuncia al propio poder como sujetos: hablar desde fuera del sujeto que somos. Son personas cuyo lenguaje denota poca atención a sí mismos, ya que la atención está puesta en lo que necesitan los demás, y por ello suenan como que se encuentran a merced de los demás. En el plano de la acción, de la conducta, son personas que no encuentran un rato para dedicar a pequeñas acciones para su propio disfrute: ir al gimnasio, ir a una actividad que les gusta, a cuidarse, siempre están en cosas que llenan necesidades de los demás, siempre se encuentran dispuestos ayudar y están disponibles para servir a los demás.

Estas personas suelen tener una lista de deberías: actúan desde lo que deben hacer, no desde lo quiero y menos desde me gusta. Esto les lleva a ir progresivamente adquiriendo la sensación de no tener una vida propia, de que la propia vida les está pasando por delante utilizada en servicio de otros.

Esto a no ser que se encuentren muy desensibilizados por una larga educación en esos deberías. Esta desensibilización es más común en mujeres, cuya educación tradicionalmente conllevaba una desensibilización del enfado y por tanto pueden encontrar muchas dificultades para expresarlo, incluso para detectarlo.

Así se configura una dependencia emocional de los demás que puede llegar a expresar que se encuentran a gusto con cómo están, que no expresan malestar.

Las habilidades o metas parciales que hay que conseguir en el proceso de coaching son la asertividad, la capacidad de expresar los propios límites con naturalidad, superar el miedo a no ser capaz, la dificultad para expresarse en términos de yo necesito, el autoconocimiento para escucharse a sí mismo.

El objetivo final es tomar conciencia de sí mismo y expresarlo al entorno. Recomponerse como persona, como una persona empoderada, como un sujeto con su propio poder.

Empoderarse sería por tanto hablar desde el propio cuerpo, desde las propias necesidades y relaciones, de modo que la persona sepa hacerse cargo de las propias sensaciones, emociones y sentimientos y en último término de la propia vida y así poder ser libre.

Asertividad

Resumen: la asertividad no es una emoción, es una actitud. Se encuentra entre 2 extremos: sumiso y agresivo. Se refiere a saber expresar los límites en las relaciones, a nivel emocional, expresar el enfado con naturalidad o no. Debajo de la actitud sumisa suele haber un miedo viejo a perder la relación. Debajo de la actitud agresiva suele estar un miedo a dejarse conocer.

La asertividad no es una emoción, es una actitud. Desde el punto de vista emocional es un 4474177_spatrón de respuesta emocional. Que sea un patrón significa que hay un bloque de respuesta prácticamente automática que encadena situación-sensación-emoción-sentimiento-conducta, de modo que en las situaciones en que el patrón se desencadena pasamos casi sin percibirlo desde situación a conducta. En el caso de la asertividad el tipo de situación que desencadena el patrón es la relación con una persona (o las relaciones con otras personas en general). La producción de patrones emocionales es bastante general en la conducta y es fruto del aprendizaje. Con esto quiero decir que tener patrones de conducta en si no es malo, más bien es nuestra forma de almacenar respuestas para no estar siempre creando nuevas. Aunque también significan un tipo de bloqueo que cuesta cambiar cuando no las consideramos útiles.

El patrón de respuesta en el que se sitúa la asertividad tiene que ver con el enfado. En concreto, se trata de nuestro modo de presentar nuestro enfado en una determinada relación. El enfado indica los límites que tenemos, también lo que nos parece justo. El enfado introduce esos límites en las relaciones en una horquilla de actitudes que van desde la sumisión (no muestro mi enfado y por tanto no pongo límite alguno ni expreso que no me siento respetado, ni pido…) hasta otro extremo que es la agresividad (manifiesto cualquier límite sin tener en cuenta al otro sino solo mi propia necesidad). A lo largo de la horquilla caben muchas graduaciones.

La asertividad está en el centro de esa horquilla, se trata de actitud que cumple la regla de Aristóteles: in medio virtus. La virtud se sitúa en el medio entre dos extremos viciosos. La asertividad es el medio entre la sumisión y la agresividad.

¿Qué hace que los extremos sean «viciosos»? No se puede dar una respuesta simple, así que voy a dar alguna indicación. Para entender bien lo que sigue sería muy provechoso situarse personalmente en la horquilla con la pregunta: ¿qué soy sumiso o agresivo? ¿Esto es general o se produce de modo especial con alguna persona?

Comencemos por la sumisión. Si nuestra situación personal en las relaciones con los demás 13583364_sse acerca al polo sumiso, es decir, en nuestras relaciones (o en una relación concreta) no expresamos con facilidad nuestras necesidades, (o lo que consideramos justo, o que no nos sentimos tratados con respeto, o que nos sentimos tratados con un rasero diferente), si esto sucede, es muy posible que debajo de nuestra actitud sumisa se encuentre un miedo (miedo en general a perder la relación de algún modo). No se trata de un miedo fresco, espontáneo, como el que se produce en un susto o un peligro presente, sino un miedo antiguo, incrustado en la relación. Un miedo viejo que nos impide expresarnos con soltura, que nos obliga a medir las palabras cuando se trata de lo nuestro. Un miedo que ha acabado generando nuestro patrón sumiso. Hay una repetitiva cesión de derechos, de concesiones que pensamos recuperar, pero no terminamos de hacerlo.

Habitualmente junto a este miedo va creciendo un enfado con nosotros mismos: por no hablar, por no pedir, etc. Aunque también se da el caso en que el patrón emocional está tan aprendido, tan asimilado que el enfado ni se percibe, en este caso la persona piensa: «no es propio de mi ser agresivo, soy una persona educada y respetuosa». El enfado no aflora por la referencia a las propias creencias y por la educación aprendida.

La situación de quien posee una actitud agresiva es más compleja. En mi experiencia en ocasiones también responde a un miedo, que también es un miedo viejo, incrustado en el propio tejido de relaciones. Se trata de un miedo a ser conocido, a mostrar debilidad, a que alguien entre en el territorio de la intimidad. El miedo lo que hace para no mostrar es construir un muro de agresividad, que es apariencia de fuerza, todo lo contrario a la debilidad.

El resultado de ambas actitudes es diverso. El sumiso establece relaciones, pero no como igual, sino como servidor: es el que siempre hace los «recados». Es decir, establece las relaciones, pero con una renuncia a sí mismo. El agresivo a corto plazo consigue lo que pretende de las relaciones, pero se va quedando progresivamente solo, aislado. La muralla de defensa que ha establecido le aísla. Los demás le hacen caso las primeras veces, pero luego se alejan. Es difícil convivir con alguien que constantemente muestra agresividad.

Ahora se puede ver bien la «virtud» de la asertividad: «(Es asertiva) aquella persona que defiende sus propios derechos  y  no presenta temores en su comportamiento» (Fensterheim y Baer, 1976). Es asertiva aquella persona que expresa sus necesidades y límites con naturalidad, sin temores, por tanto, que sabe ser ella misma en las relaciones. También me ha dado personalmente mucha luz un muy buen consejo que añado para los sumisos: «Si sacrificamos nuestros derechos con frecuencia, estamos enseñando a los demás a aprovecharse de nosotros» (P. Jakubowski). Las relaciones tienden a configurarse de un cierto modo y si «enseñamos» a aprovecharse de nosotros, luego es difícil cambiarlo.

Tal como se puede entender los dos extremos, sumisión y agresividad, son dos patrones en los que la persona se encuentra atrapada y necesita un trabajo emocional que dura tiempo para salir de ellos. La asertividad en el centro, es un equilibrio emocional y personal que hay que lograr en cada situación particular, no una posición sencillamente lograda.

Pero esta entrada se ha alargado ya suficiente y en otra ocasión hablaré de lo que se llaman derechos asertivos, que voy a introducir diciendo que son el derecho a decir no y a pedir sin sentir miedo ni culpa. Solo quiero añadir que resulta cuanto menos sorprendente o curioso que la sexualidad también se pueda entender del mismo modo, en una horquilla desde la agresividad a la sumisión.

Seguridad o vínculo personal: qué es más importante para el ser humano

Resumen: El segundo nivel de la pirámide Maslow contiene según su autor el nivel de la seguridad. En el tercero está la necesidad de pertenencia. En mi opinión es una elección de cada persona la que decide si en ese segundo nivel va la seguridad o los vínculos, la necesidad de pertenencia. Esto es una elección de cada individuo con grandes repercusiones. En realidad pone delante cosas o personas, la seguridad del tener o las relaciones personales.

La pirámide de las necesidades de Abraham Maslow es un instrumento que posee una gran pirámide Maslowprofundidad y graves implicaciones en lo que se refiere a como entendemos que son los seres humanos. Se trata nada menos que una organización de todas las necesidades y el  establecimiento de una jerarquía. Esta jerarquía indica cuales necesidades se van a satisfacer antes que otras. En el caso de un conflicto de necesidades, el hombre/mujer va a actuar instintivamente siguiendo un orden, precisamente el que le proporciona la pirámide. Maslow llegaba a ser radical en este orden jerárquico: mientras un nivel de la pirámide no está satisfecho, no se pasa a llenar el siguiente nivel.

Bueno pues en esa jerarquía, según Maslow, la seguridad ocupa el segundo nivel de la escala. Ya he comentado en otra entrada que he observado que esto no es verdad en los niños, ya que estos resuelven sus necesidades de seguridad a través del vínculo, lo que convierte a estos en más prioritarios. Después de mucha observación, esto me llevó a proponer  invertir el orden de la pirámide y situar en el segundo nivel a las necesidades de pertenencia, es decir a los vínculos, y en el tercero a las de seguridad.

Obviamente desde entonces he estado observando si este nuevo orden de la jerarquía es la correcta. He percibido que los adultos pueden perfectamente prescindir de los vínculos y situar en primer lugar sus necesidades de seguridad. Por ponerlo de un modo crudo y evidente: un adulto puede vender un hijo/hija para conseguir dinero con el que sobrevivir, acción que se ha repetido múltiples veces en la historia. Evidentemente esta acción tiene por delante la seguridad, desde el punto de vista de las necesidades del sujeto que la realiza, con respecto a los vínculos o pertenencia. Algo que evidentemente el hijo/hija vendido no podría hacer.

Esto me lleva a constatar que el poner en segundo nivel los vínculos o la seguridad es una elección. Elección que hace un adulto, y que hace optar por ser un ser en el que prima la individualidad o en el que priman las relaciones de pertenencia. En el primer caso las necesidades del individuo son puestas por debajo, es decir, van a ser preferidas sobre las necesidades de pertenencia. En el segundo la consecuencia es la contraria. Como se ve de modo evidente los dos esquemas de valores son netamente diversos.

Esta elección de la que hablo, primero la seguridad o primero el vínculo, se podría entender también del siguiente modo: poner en  primer lugar las cosas o las personas. La seguridad de que habla Maslow se cifra en tener cosas, es la seguridad que proporciona tener: un empleo, una casa, dinero, etc. Los vínculos son relaciones con personas. Aquí estoy siguiendo más a Martin Buber. Poner delante una cosa u otra tiene muchas consecuencias en la vida. Y, si, me reafirmo, se trata de una elección que cada persona debe realizar.

Las épocas difíciles, como la crisis que actualmente sufrimos en mi país, España, que sumerge a muchas personas en la pobreza, sitúan a muchas personas en la disyuntiva de realizar elecciones que se sitúan en el nivel de seguridad: de ingresos, de lugar donde vivir, etc. Como bien se ve la elección que haya efectuado de situar en el segundo nivel la seguridad o los vínculos, va a influir poderosamente: el individuo va a optar por buscar seguridad con sus vínculos más claves o va a buscar seguridad solo. Precisamente por eso, esta disyuntiva se producen tantas crisis de relaciones: tiro adelante yo solo o me salvo con mis vínculos. Esa es la disyuntiva. También la sociedad en su conjunto realiza esa elección y hay fuertes episodios de solidaridad y también de insolidaridad.

De cerca nadie es normal

Resumen: la idea de ser normal es muy difícilmente manejable. Hay muchas cosas que son «normales», que se quedarían sin valoración: una puesta de sol, la sonrisa de un niño, la satisfacción de comerse un pastel, un beso, etc. la ventaja personal del concepto: nos hace sentirnos integrados en el ambiente en el que vivimos. Sin embargo quita el valor a lo que hacemos todos los días y nos introduce en una escala de valoración que es externa.

La frase da vueltas y ha sido el título de una película de Marcelo Mosenson y de una 16832112_scomedia de Aitana Galán y Luis García Araus. También se conecta con el cantautor brasileño Caetano Veloso. Pero independientemente del origen expresa una profunda verdad: cada ser humano es único, singular, distinto, diferente.

La frase también conecta con mi experiencia personal. He visto que, en cualquier ámbito del trabajo emocional, el concepto de normalidad, de ser normal es muy difícilmente manejable. Recuerdo incluso un curso en Roma en el año 1989, o sea que ha llovido desde entonces, donde se trataba de la aplicación del concepto en psicología y se llegaba a la conclusión de que no era operativo, lo mismo que el concepto de madurez. Ser normal y ser maduro, son dos conceptos muy poco operativos, incluso dañinos.

Hace unos días he vuelto a ver esos efectos dañinos de la idea de ser normal. Se hablaba de éxitos: «¿qué son éxitos en tu vida?», era la pregunta y una persona respondió, más o menos: «yo tengo una idea de lo que es normal y eso traza una raya, lo que sale por arriba son éxitos, lo que se va por abajo, son elementos a rectificar, comportamientos a cambiar. Lo que está en el campo de lo normal no es éxito, es lo que tiene que ser».

¿Qué problema tiene esta concepción interna (y que afecta a la propia valoración de la persona, a su autoestima)? Sencillamente que es falsa. Ese concepto de normal abarca lo que es normal para esa persona concreta, algo que cree que es normal en el ambiente en el que vive. Es decir, normal como mucho se puede referir a un ambiente concreto, bien delimitado. Es decir, y esta es una primera observación, limita la persona a un ambiente y la mide con ese ambiente.

Esta también es la ventaja personal del concepto: nos introduce en el ambiente, nos hace sentirnos integrados en el ambiente en el que vivimos, nos hace «normales», y visto así tiene un fuerte efecto tranquilizador y de inclusión social: hay un rechazo a todo lo que no se ve como normal, la persona «normal» evita el rechazo. Fijaros que hablo de rechazo, que a nivel emocional se sitúa en el asco como emoción básica: se está dentro o fuera.

Pero vamos a las dificultades del concepto. Hay muchas cosas que son «normales», en el sentido de que entran dentro de una norma, y que se quedarían sin valoración: una puesta de sol, la sonrisa de un niño, la satisfacción de comerse un pastel, un beso, etc. Cualquiera de esta cosa son normales, sí, pero son también muy valorables, quizá lo más valorable, lo que da sentido a la vida.

Pero el fondo del problema de la inexactitud del concepto de normal es cuando nos valoramos a nosotros mismos. El concepto de normal quita el valor a lo que hacemos todos los días, sencillamente porque tenemos que hacernos, pero que es la actividad que hace de nuestra casa un hogar, de nuestro trabajo algo en servicio de los demás y de sustento económico para nosotros mismos. No valorarnos esto y valorar solo lo extraordinario, nos deja a merced de que se cumplan cosas extraordinarias y nos hace vivir el cada día con una gran insatisfacción.

La trampa por tanto que encierra el concepto es que nos introduce en una escala de valoración que es externa, que valora lo que el muy concreto y particular entorno social valora, y elimina de ser valoradas muchísimas de las cosas que tenemos y/o hacemos. En el coloquio del que hablaba al principio una persona dijo que no valoraba que llevaba quince años casado, porque era lo normal en su vida. A mí me embargó una gran pena. Y me parece que es algo a veces muy metido en la cultura: has hecho lo que te toca, lo que tienes obligación… ¡caray!, no valorar 15 años de la propia vida gastados junto a otra persona, porque es lo normal estando casados.

Cómo se detecta el amor a nivel emocional

Resumen: nos sentimos amados cuando alguien nos acepta como somos, nos respeta como persona. No sentirse aceptados genera un fuerte malestar. Ese malestar marca una distancia con la persona y el vínculo con esta se debilita. Cuando nos sentimos aceptados emocionalmente lo que se genera es una relación en la que nos sentimos seguros. Esa seguridad crece con el tiempo llegando a hacer muy sólida la relación. Son relaciones que generan esa amplia perspectiva a la que llamamos amor.15174392_s

La Gestalt habla de 3 necesidades fundamentales a nivel emocional: amor, libertad y seguridad. La necesidad se detecta por la carencia, porque en realidad es eso una carencia. La carencia es mucho más aguda desde el punto de vista emocional. Detectamos que tenemos la necesidad satisfecha pero de un modo mucho más genérico, con un sentido de satisfacción o tranquilidad o seguridad.

La carencia de amor es detectada por la tristeza o un sentimiento de soledad, pero la tristeza detecta la pérdida de esa relación con alguien al que amábamos o también la no existencia.

Ahora querría centrarme en si hay algún sentimiento o emoción que nos indique si alguien nos quiere de verdad, qué sentimiento nos hace sentirnos amados. Y, de modo sorprendente la respuesta es muy sencilla: nos sentimos amados cuando alguien nos acepta como somos, nos respeta como persona. Tenemos este sencillo y agudo detector de la calidad del vínculo con cada persona con la que nos relacionamos.

Voy a poner un ejemplo muy sencillo, pero significativo. Estás en la cocina y equivocas el 15844251_scafé con los cereales del bebé. Hay dos formas de reaccionar al error: (a) «¿por qué no te fijas?», (b) «¡vaya!, el envoltorio de papel de plata es igual, hay que tener cuidado de poner cada cosa en un sitio diferente para no volvernos a equivocar». En el primer caso nos vamos a sentir primero no comprendidos, ni siquiera respetados. No sentimos segura la relación, vemos que tenemos que defendernos o sentirnos culpables. En el segundo nos sentimos comprendidos y al serlo nos sentimos aceptados como persona, y se nos dan las vías para evitar los errores.

Las dos formas son esencialmente muy diferentes. La (a) se dirige a la persona, al sujeto y la carga con el error. La (b) busca el motivo del error en los objetos (no en el sujeto) y busca el modo de evitarlo en lo sucesivo. Esto último es importante, cuando alguien respeta a un sujeto no es que le parezcan bien los errores, busca el modo de solucionarlos. Se hace cargo que el error molesta a la persona que lo comete y le apoya para buscar el modo de no cometerlo en lo sucesivo.

Normalmente las relaciones entran en pautas, es decir, el ejemplo se va a repetir en la misma línea, de forma que configura en nosotros ese sentimiento de que somos o no somos aceptados. No sentirse aceptados genera un fuerte malestar. Ese malestar marca una distancia con la persona y el vínculo con esta se debilita.

Por el contrario cuando nos sentimos aceptados emocionalmente lo que se genera es una relación en la que nos sentimos seguros. Este sentimiento nos permite expandirnos y sacar lo mejor de nosotros mismos y genera un profundo sentimiento de agradecimient16077254_so hacia la persona: haríamos y de hecho hacemos cualquier cosa por ella. Se genera un vínculo muy fuerte y muy libre.

Esa seguridad crece con el tiempo llegando a hacer muy sólida la relación. La relación establecida por una mutua aceptación y respeto son sólidas. Son relaciones que generan esa amplia perspectiva a la que llamamos amor.

El asco y el sexo

Resumen: El sexo es un inhibidor del asco. El asco es una emoción que pone límites. Es universal en la raza humana que den asco los productos corporales en general, tanto fluidos: sudor, saliva, sangre, orina y, por supuesto, también los sexuales, como sólidos: mocos y heces. Estas “prohibiciones” emocionales quedan inhibidas en el interior de la familia. En la relación sexual se contacta precisamente con todos esos elementos que de modo universal producen asco. Es más pasan a formar parte de la atracción sexual. El vocabulario popular y común alrededor del sexo tiene que ver también con el asco

El sexo es un inhibidor del asco. La emoción del asco queda inhibida por la sensación bebe_vomitandodel sexo. Esta es mi constatación que me parece puede servir para el trabajo con las emociones.

Voy a explicarme. El asco es una emoción que pone límites, limites insalvables: lo que nos da asco queda fuera de lo experimentable, es lo que no hay que tocar o con las personas que no hay que contactar: el rechazo es otra emoción de la familia del asco.

Voy a bajar a lo concreto poniendo ejemplos. Así es universal en la raza humana que den asco los productos corporales en general, tanto fluidos: sudor, saliva, sangre, orina y, por supuesto, también los sexuales, como sólidos: mocos y heces. Si alguien escupe en un vaso, ya no lo bebemos. Evidentemente hay una conexión con elementos higiénicos. Algo que debe constituir la justificación a nivel biológico de la respuesta emocional del asco.

Sin embargo estas “prohibiciones” emocionales quedan inhibidas en el interior de la familia: pareja y sus retoños. Inhibición que parte de la pareja. La relación sexual entre ellos inhibe el asco y eso se extiende a sus retoños. Son ellos los que no sienten asco, o lo superan, en relación con sus hijos. Así quitan pises, limpian cacas, heridas, contactan con la saliva sin dificultades. Los hijos entran como sujetos pasivos y con algo de dificultad como activos.

Esta inhibición constituye a la familia en una unidad a nivel biológico, porque la higiene es común. A nivel emocional el asco constituye la barrera que resulta inhibida en el interior. Esto como se puede comprender proporciona también una ventaja evolutiva a la cohesión de la familia. La familia queda muy bien definida por los límites del asco, que dejan de ser personales para pertenecer al grupo.

Es el sexo el que inhibe el asco. En la relación sexual se contacta precisamente con todos esos elementos que de modo universal producen asco. Es más pasan a formar parte de la atracción sexual. El sexo revierte el asco en atracción. La saliva es elemento importante de la relación, y por supuesto la relación se focaliza en los órganos sexuales, que son también los órganos de defecación y eliminación. Es decir reúnen las dos funciones: ser el foco del asco y del sexo.

De algún modo por eso el vocabulario popular y común alrededor del sexo tiene que ver también con el asco. Es común el: «eres un guarro o una guarra», aludiendo en directo a esto elementos del asco. Claro que la expresión tiene el doble valor de constituir rechazo o atracción: «soy tu guarrilla». Es evidente que este lenguaje tiene una fuerte dosis de atracción. El rechazo convertido en atracción, el asco inhibido. «El rechazo o asco no es una forma de renuncia al objeto, sino una fuerte vinculación con él» (Castilla del Pino, Teoría de los sentimientos).

careto de ascoTambién resulta una constatación de que todos los temas sexuales generan rechazo, fuertes rechazos sociales, que poseen una gran carga emocional y que en su expresión a veces también se pretende fundamentar en motivos higiénicos y de salud (transmisión de enfermedades). Este fenómeno contribuiría también en la misma línea cohesión de la familia, en este caso a través de buscar limitar la sexualidad en su interior. Algo que no está escrito que consiga.

Quedan elementos que explicitar, esto es solo un apunte para plantear una hipótesis, que ya ha sido estudiada y que puede dar lugar a una mejor comprensión de las emociones básicas y su función en nuestra vida cotidiana.